By Alberto Jiménez Ávila.
En memoria de mis abuelos.
Amancia Mayo y Silvestre Ávila, quienes contribuyeron para
ser lo que soy.
Mi abuela era una mujer muy
bondadosa y piadosa, a quien recuerdo con mucho cariño, algunas veces me llamo
la atención, o me castigo, pero fue por mi propio bien, recuerdo que la única
vez que me castigo, me azoto con su rebozo, el cual estaba hecho de algodón, y
lo utilizaba cuando salía de casa para cubrirse la cabeza y sus hombros, en esa
única ocasión en que me azoto, recuerdo que me dio tres rebozasos, y me puse a
llorar, no porque en verdad me dolieran los azotes, sino porque yo sabia que mi
abuela, te dejaba de azotar cuando empezabas a llorar, y después de eso, te
abrazaba y te decía que para evitar volver a azotarte, no volvieras a hacer
cosas malas ni a desobedecerle.
Mi abuela en verdad era una buena
persona, tengo muy buenos recuerdos de ella, siempre que tuve la oportunidad de
verla y conversar, siempre lo hice, no era una persona amargada, le gustaba sonreír
y te daba confianza, para desahogarte y expresar tus sentimientos.
Siempre trataba de protegerte, y si era
posible intercedía por ti, cuando hacías algo malo y el abuelo te tenía que
castigar, no para evitar el castigo, sino para que este no fuera tan severo. A ella le tocaba aplicar los castigos por
aquellas faltas que no eran tan graves, pero que si ameritaban una llamada de
atención. Cuando hacíamos algo grave y este no era intencional, para evitar que
el abuelo se enterara, ella trataba de arreglar las cosas, y después del susto,
hablaba con uno y te explicaba que lo que habías hecho estaba mal, y creo que
eso, en verdad te hacia reflexionar, al menos en mi si funcionaba, y por eso
siempre trataba de ser cuidadoso en lo que hacia, y hoy en día esas lecciones
aprendidas, las sigo aplicando.
Mi abuelo era un hombre justo,
nunca te castigaba nada más por que si, antes de aplicarte un castigo, siempre
escuchaba tu versión, no se dejaba llevar por el enojo, ni tampoco por lo que
le decían los demás, ni la gravedad de lo que habías hecho, me consta porque
estuve involucrado en varios problemas, y cada ves que eso sucedía, antes de
castigarme, me pedía que contara mi versión.
Nunca tuve un castigo injusto por
parte de él, siempre recibí lo que me merecía. Tampoco dejaba pasar alguna
falta, y era parejo con todos, no tenia nietos favoritos, si merecías el
castigo, te lo aplicaba, ya que para él, la disciplina era muy importante,
decía que debíamos ser respetuosos con todos nuestros mayores, y no meternos en
problemas.
Recuerdo también que siempre nos
aconsejaba, que tuviéramos cuidado con los provocadores, aquellos que te dicen
de cosa nada más para hacerte enojar y así iniciar una pelea contigo, siempre
nos decía, las palabras no matan, por lo tanto no debíamos hacer caso de ellas,
pero eso si. Nunca dejar que alguien nos pusiera la mano encima, y solo
entonces debíamos defendernos. También nos aconsejaba, escoger muy bien a
nuestros amigos, para evitar juntarnos con malas personas.
Por eso siempre nos decía, “en mi
casa, no quiero valientes”, haciendo referencia a aquellos que por buscarle
pleito a cualquiera, ya se creen valientes, -por que eso no te lleva a nada
bueno y puedes terminar muy mal-. Era un buen consejero, si lo sabias escuchar,
y estaba siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesitara. A mí en lo personal
me gustaba conversar con él, ya que tenia muchas anécdotas y cada una de ellas
te dejaban una enseñanza, y por eso disfrutaba de sus conversaciones.
Para ilustrar lo justo que era mi
abuelo, contare una de tantas anécdotas que me sucedieron en su casa. En una ocasión,
estando de visita en el pueblo, una tarde noche, nos encontrábamos jugando, mis
primos, sus amigos, mi hermano y yo, a tan solo dos casas de la de mis abuelos,
en esa casa había una niña de muy buen ver, y uno de mis primos con sus amigos,
trataban de quedar bien con ella, y mientras ellos platicaban, los más chicos, jugábamos
entre nosotros, en el mismo patio, pero resulto que uno de los niños empezó a
tener problemas con mi hermano, y por ese motivo lo acuso con su hermano, que
era mucho mayor que nosotros.
El hermano mayor, vino y golpeo a
mi hermano, así nada mas por que si, porque mi hermano, solo discutió con su
hermanito, por lo tanto eso me molesto, y esperaba que mi primo el mayor, y de
la misma edad que aquel, le reclamara, pero como no lo hizo, entonces yo salí
en defensa de mi hermano, pero al reclamarle, este solo se burlo de nosotros, y
como sabia que no podía hacerle nada con mis puños, por ser muy pequeño, decidí
cobrarme la afrenta a pedradas.
Tome una piedra de rio que encontré
en el patio, redonda y lisa, no muy grande, pero tampoco muy chica, y se la
lance, pero este se hizo a un lado, y su hermanito, asomo la cabeza y le di en
la frente, lanzo un grito de dolor, y comenzó a llorar, sangraba por la pedrada
que le di, y yo lo que hice, fue irme a la casa, para evitar más problemas.
Cuando llegue a la casa, en la
puerta estaba mi abuela, y ella me pregunto, -¿porque te regresaste?, ¿Ya no
quieres jugar?- yo le conteste que ya tenia sueño y me quería acostar, claro
que a ella se le hizo rara mi actitud, pero ya no me pregunto nada, porque me
imagino que ella presentía que algo había sucedido, y como allí estaba el
abuelo descansando, prefirió no hacer más preguntas, para evitar que él
escuchara y preguntara.
A los pocos minutos, llego la
madre del niño, para pedir que le curaran a su hijo, la abuela, inmediatamente
les dijo que lo llevaran con una enfermera que vivía enfrente de la casa, y que
además tenia una pequeña farmacia y vendía medicinas, mi abuela en verdad
trataba de protegerme, para evitar que esto llegara a oídos de mi abuelo, pero
una tía escandalosa, de esas que siempre están amargadas, porque no les va bien
en la vida, no porque la vida no las quiera, sino, porque ellas toman malas decisiones
y creen que los demás son los culpables.
Con el escándalo que se hizo, me
abuelo escucho y salió de su recamara, a ver de que se trataba, mi tía exagerando
las cosas, inmediatamente le dijo, que yo casi mataba a un niño, y que era necesario
me castigara, él pregunto que en donde estaba yo, la abuela tratando de evitar
mi castigo, le dijo que ya estaba dormido, pero mí tía contesto que no era
verdad, que me acababa de acostar y que solo me estaba haciendo el dormido, y
no estaba mintiendo, era la pura verdad.
La misma tía se encargo de
levantarme, tenia unas ganas morbosas de ver como me castigaban, el abuelo
acostumbraba azotarte con una “cuarta”, (látigo corto, tejido de cuero de res,
que utilizan los jinetes), por eso, previniendo que me iban a “cuartear”, antes
de meterme a la cama, me había puesto una playera y mi camisa, para aminorar el
dolor que me provocarían los azotes que me daría el abuelo.
Cuando estuve frente al abuelo,
él con la cuarta en la mano, me pidió que me hincara, para recibir los tres
cuartazos que acostumbrada aplicar como castigo, si este era grave, ya que el
castigo iba de uno a tres azotes, uno, cuando la falta no era muy grave, dos,
cuando esta era un poco grave, y tres, cuando si era grave.
Una vez hincado, el abuelo me interrogo,
-¿es verdad que tu descalabraste a ese niño?-, Si abuelo- Conteste, estaba yo
tan enojado, que en verdad no me importaba el castigo, es más tenia la firme intención
de no llorar, y agregue, -y si fuera necesario lo volvería a hacer, abuelo-,
ante esta respuesta, el abuelo me pregunto cual había sido el motivo, por el
cual había actuado así, que además estaba tan enojado, y no asustado por el
castigo que me iba a aplicar, y yo le conteste, que él tenia la culpa.
El abuelo estaba tan sorprendió,
que casi me da el primer azote, y me dijo que él nunca me había aconsejado que
apedreara a la gente, pero yo le dije, que me dejara explicarle, y empecé a
contarle lo sucedido, y para terminar, le dije, -tu siempre nos haz dicho, que
en tu casa no quieres valientes, que no hagamos caso de las palabras, porque
estas no matan, pero eso si, no debemos dejar que alguien nos ponga la mano
encima, que solo en esos caso, debemos defendernos, y eso fue lo que hice,
abuelo, defender a mi hermano, y si tú crees que merezco el castigo, azótame-.
El abuelo me abrazo, y me dijo
que no me castigaría, y para evitar que los demás se dieran cuenta, de que no había
recibido castigo alguno, me pidió que saliendo de la recamara, fingiera estar
llorando, y así lo hice. Al otro día, solo a mi abuela le conté la verdad, de
lo que había sucedido en la habitación del abuelo.
Por estas razones siempre los
tengo en mis recuerdos, por que me enseñaron valores, y me dieron ejemplos, que
hoy en día me mantienen por el camino del bien, trato de juntarme con gente de
bien, para aprender de ellos y poder sobresalir.
https://www.facebook.com/alberto.jimenezavila
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