martes, 27 de enero de 2009

EL CURA DE PUEBLO

By Alberto Jiménez Ávila
A este Padre siempre lo esperaban a la entrada de la iglesia, esa era la costumbre, debía haber alguien esperándolo, porque sino, se enojaba el señor (cura), la gente mas que tenerle respeto, le temían, se hacia lo que el decía y nadie osaba contradecirlo, porque eso le molestaba y traía consecuencias.
Hablaba de amor y humildad, pero no lo practicaba, hablaba de hacer el bien y no el mal, pero era esto ultimo lo que a sus feligreses les aplicaba, en fin, nada de lo que predicaba practicaba, se ensañaba con la gente humilde, los trataba con desprecio, y no obstante que les cobraba los servicios religiosos como si fueran ricos, decía que les hacia un favor.
Un favor jamás se cobra, porque si se cobra, deja de ser un favor y se convierte en un servicio, pero eso no le importaba, exigía ser tratado bien, cada vez que alguien lo buscaba para hacer algún servicio religioso, ponía sus condiciones de cómo debería ser tratado, (de la misma manera como lo hace un artista cuando se le contrata para algún show).
Si el lugar donde se efectuaría el servicio religioso era una comunidad pequeña, un grupo de jovencitas debían esperarlo a la entrada de la comunidad para que lo guiaran hasta el lugar del evento, así como tanbien, nunca debía de faltar comida, pero en este caso, la comida debía ser elaborada especialmente para el.
Las personas que se atrevían a contradecirlo, o no seguían sus indicaciones, se atenían a las consecuencias, si tenían que casar a algún familiar directo, simplemente no lo casaba, si no lo esperaban a la entrada de alguna comunidad pequeña, se regresaba y no daba el servicio aunque ya le hubiera sido pagado como sucedía siempre, (jamás ofrecía algún servicio gratis), la gente ya lo odiaba, pero por el temor de ir al infierno o no poder bautizar o casar a algún hijo, las familias callaban y aguantaban.
Con las familias pudientes era lo contrario como sucede siempre, nada mas faltaba que les sirviera de tapete, aparentaba mucha humildad aunque no la conocía, muy amable y servicial, les daba todo lo que querían, no protestaba y siempre estaba dispuesto a orientarlos.
En una ocasión una mujer humilde perdió a su madre, y con la ayuda de la comunidad la enterró, al cabo de un año, decidió contratar al cura para ofrecer una misa en nombre de su madre, durante ese tiempo, esa humilde mujer estuvo con tanto sacrificio ahorrando para poder pagar el servicio, la mujer tenia una niña de dos años y estaba enferma, la curandera del pueblo le había recomendado reposo y buena alimentación.
La mujer sabia que tenia que preparar una comida especial para el cura, y lo único que tenia, era una gallina ponedora de huevos, que en realidad era su único medio para proveerse de ellos, y al no tener algo mas que ofrecerle al cura, tuvo que sacrificarla y prepararla en caldo rojo, (consomé).
La pobre mujer también sabia que su hija necesitaba alimentarse bien, pero no tenía los medios suficientes para comprar alimentos, por tal motivo se le hizo fácil apartar un poco de consomé y las dos patas para su niña, pensado que al cura no le importaría.
Una vez que termino el servicio religioso el cura pidió se le entregara su comida, y en cuanto la recibió, inmediatamente la reviso como lo hacia siempre para comprobar que estuviera completa, al ver el cura que hacían falta las patas, aventó la olla con la comida, y gritándole a la señora le dijo,”yo no soy ningún muerto de hambre al que se le dan sobras”, -ami me das la comida completa o mejor no me des nada-, y a pesar de que la pobre mujer se disculpo diciéndole que su Niña estaba enferma y necesitaba alimentarla con algo nutritivo, no fue suficiente la excusa para seguir maltratándola, hasta que se canso. El cura siempre exigía, que cuando se le preparaba una comida, que casi siempre era un pollo o gallina, esta debería estar completa, sin hacerle falta ni una pieza, incluyendo las patas, (excepto el pescuezo) y por eso fue su enojo.
Con esta actitud demostraba su amor y humildad por el prójimo que tanto predicaba, y durante el tiempo que duro como cura de esas poblaciones nunca cambio, la gente descanso de el hasta que lo cambiaron a otra parroquia, y claro siguió su misma actitud de siempre, hasta estos días, porque este cura aun sigue vivo y predicando su amor al prójimo.
Por eso es recomendable no creer y ni ver a los representantes de las diferentes religiones como dioses, debemos verlos como personas normales comunes y corriente, (pero mas corrientes que comunes) porque son personas ejerciendo una actividad profesional como la de cualquier profesionista, recordemos que ellos prestan un servicio profesional, no una caridad ni servicio altruista, sus servicios cuestan y lo que cuesta no es gratis, y si no es gratis no es una caridad.
REFLEXIONEMOS Y CAMBIEMOS NUESTRA ACTITUD, sin importar la religion que profesemos.
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viernes, 23 de enero de 2009

LOS CIEGOS

By Alberto Jiménez Ávila
En esta época y en todas las épocas pasadas, siempre ha habido líderes y políticos, (algunos únicamente son políticos pero no lideres), Que han tratado de imponer sus ideas, aprovechándose de la ceguera que tienen muchos, algunos de nacimiento, que son los menos, y otros con el paso del tiempo se van convenciendo de que no pueden ver la realidad sin la televisión o que alguien se los explique, es tanta su discapacidad que llega el momento en que ya no se preocupan por investigar la realidad de las cosas, únicamente repiten como loros lo que alguien muchas veces menos informado que ellos les cuenta.

Siempre se ha dicho que el bizco es rey en la tierra de ciegos, y eso es cierto, ya que cuando uno platica con algún conocido o desconocido, siempre te cuentan cosas que alguien les dijo, que lo escucharon en la radio o lo vieron en la televisión, pero no tienen una opinión propia porque se consideran (aunque sin darse cuenta o aceptarlo) personas no preparadas para entender la realidad de las cosas, cuando la verdad, es que, muchas de esas personas, si tienen la capacidad para entender y ver las cosas como son, porque la realidad la viven a diario, y cuando algo se vive en carne propia, no se puede ignorar como algo que no existe. Los susodichos lideres o políticos, que muchas veces carecen de la mas minima noción de la realidad, por ser muchos de ellos discapacitados, que toda su vida se la pasan únicamente siguiendo ordenes, muchas veces de alguien que en el peor de los caso esta menos informado o preparado que sus seguidores.

La información es poder, y si usted quiere o pretende dejar de ver la vida como lo ha hecho hasta el día de hoy, mi recomendación es que debemos leer mas, informarnos e investigar la veracidad de todo lo que se dice y pasan como noticia en los medios electrónicos, ya que muchas veces lo que supuestamente es una noticia, no es mas que un comercial político disfrazado de noticia, para que los ciegos lo crean como algo verdadero.

Para ilustrar lo que aquí comento transcribo el texto de un relato corto escrito por HERMANN HESSE

Durante los primeros años del hospital de ciegos, como se sabe, todos los internos detentaban los mismos derechos y sus pequeñas cuestiones se resolvían por mayoría simple, sacándolas a votación. Con el sentido del tacto sabían distinguir las monedas de cobre y las de plata, y nunca se dio el caso de que ninguno de ellos confundiese el vino de Mosela con el de Borgoña. Tenían el olfato mucho más sensible que el de sus vecinos videntes. Acerca de los cuatro sentidos consiguieron establecer brillantes razonamientos, es decir que sabían de ellos cuanto hay que saber, y de esa manera vivían tranquilos y felices en la medida en que tal cosa sea posible para unos ciegos.
Por desgracia sucedió entonces que uno de sus maestros manifestó la pretensión de saber algo concreto acerca del sentido de la vista. pronunció discursos, agitó cuanto pudo, ganó seguidores y por último consiguió hacerse nombrar principal del gremio de los ciegos. Sentaba cátedra sobre el mundo de los colores, y desde entonces todo empezó a salir mal.
Este primer dictador de los ciegos empezó por crear un círculo restringido de consejeros, mediante lo cual se adueñó de todas las limosnas. A partir de entonces nadie pudo oponérsele, y sentenció que la indumentaria de todos los ciegos era blanca. Ellos lo creyeron y hablaban mucho de sus hermosas ropas blancas, aunque ninguno de ellos las llevaba de tal color. De modo que el mundo se burlaba de ellos, por lo que se quejaron al dictador. Éste los recibió de muy mal talante, los trató de innovadores, de libertinos y de rebeldes que adoptaban las necias opiniones de las gentes que tenían vista. Eran rebeldes porque, caso inaudito, se atrevían a dudar de la infalibilidad de su jefe. Esta cuestión suscitó la aparición de dos partidos.
Para sosegar los ánimos, el sumo príncipe de los ciegos lanzó un nuevo edicto, que declaraba que la vestimenta de los ciegos era roja. Pero esto tampoco resultó cierto; ningún ciego llevaba prendas de color rojo. Las mofas arreciaron y la comunidad de los ciegos estaba cada vez más quejosa. El jefe montó en cólera, y los demás también. La batalla duró largo tiempo y no hubo paz hasta que los ciegos tomaron la decisión de suspender provisionalmente todo juicio acerca de los colores.
Un sordo que leyó este cuento admitió que el error de los ciegos había consistido en atreverse a opinar sobre colores. Por su parte, sin embargo, siguió firmemente convencido de que los sordos eran las únicas personas autorizadas a opinar en materia de música.

martes, 6 de enero de 2009

La Historia de Narciso

Eco era una joven ninfa de los bosques, parlanchina y alegre. Con su charla incesante entretenía a Hera, esposa de Zeus, y estos eran los momentos que el padre de los dioses griegos aprovechaba para mantener sus relaciones extraconyugales. Hera, furiosa cuando supo esto, condenó a Eco a no poder hablar sino solamente repetir el final de las frases que escuchara, y ella, avergonzada, abandonó los bosques que solía frecuentar, recluyéndose en una cueva cercana a un riachuelo.
Por su parte, Narciso era un muchacho precioso, hijo de la ninfa Liríope. Cuando él nació, el adivino Tiresias predijo que si se veía su imagen en un espejo sería su perdición, y así su madre evitó siempre espejos y demás objetos en los que pudiera verse reflejado. Narciso creció así hermosísimo sin ser consciente de ello, y haciendo caso omiso a las muchachas que ansiaban que se fijara en ellas.
Tal vez porque de alguna manera Narciso se estaba adelantando a su destino, siempre parecía estar ensimismado en sus propios pensamientos, como ajeno a cuanto le rodeaba. Daba largos paseos sumido en sus cavilaciones, y uno de esos paseos le llevó a las inmediaciones de la cueva donde Eco moraba. Nuestra ninfa le miró embelesada y quedó prendada de él, pero no reunió el valor suficiente para acercarse.
Narciso encontró agradable la ruta que había seguido ese día y la repitió muchos más. Eco le esperaba y le seguía en su paseo, siempre a distancia, temerosa de ser vista, hasta que un día, un ruido que hizo al pisar una ramita puso a Narciso sobre aviso de su presencia, descubriéndola cuando en vez de seguir andando tras doblar un recodo en el camino quedó esperándola. Eco palideció al ser descubierta, y luego enrojeció cuando Narciso se dirigió a ella.
- ¿Qué haces aquí? ¿Por qué me sigues?
- Aquí... me sigues... -fue lo único que Eco pudo decir, maldita como estaba, habiendo perdido su voz.
Narciso siguió hablando y Eco nunca podía decir lo que deseaba. Finalmente, como la ninfa que era acudió a la ayuda de los animales, que de alguna manera le hicieron entender a Narciso el amor que Eco le profesaba. Ella le miró expectante, ansiosa... pero su risa helada la desgarró. Y así, mientras Narciso se reía de ella, de sus pretensiones, del amor que albergaba en su interior, Eco moría. Y se retiró a su cueva, donde permaneció quieta, sin moverse, repitiendo en voz queda, un susurro apenas, las últimas palabras que le había oído... "qué estúpida... qué estúpida... qué... estu... pida...". Y dicen que allí se consumió de pena, tan quieta que llegó a convertirse en parte de la propia piedra de la cueva..
Pero el mal que haces a otros no suele salir gratis... y así, Nemesis, diosa griega que había presenciado toda la desesperación de Eco, entró en la vida de Narciso otro día que había vuelto a salir a pasear y le encantó hasta casi hacerle desfallecer de sed. Narciso recordó entonces el riachuelo donde una vez había encontrado a Eco, y sediento se encaminó hacia él. Así, a punto de beber, vio su imagen reflejada en el río. Y como había predicho Tiresias, esta imagen le perturbó enormemente. Quedó absolutamente cegado por su propia belleza, en el reflejo. Y hay quien cuenta que ahí mismo murió de inanición, ocupado eternamente en su contemplación. Otros dicen que enamorado como quedó de su imagen, quiso reunirse con ella y murió ahogado tras lanzarse a las aguas. En cualquier caso, en el lugar de su muerte surgió una nueva flor al que se le dio su nombre: el Narciso, flor que crece sobre las aguas de los ríos, reflejándose siempre en ellos

lunes, 5 de enero de 2009

POCION DE AMOR

Una mujer coreana fue un día a ver al gran sabio de su aldea, un ermitaño que tiempo atrás se había retirado a vivir a una montaña donde vivía con lo mínimo y en armonía con la naturaleza. Esa misma naturaleza era la que proveía para el anciano, y de la que obtenía también los elementos que componían las pociones que fabricaba. Era un hombre sumamente respetado.

La mujer entró en la cueva donde vivía el ermitaño, que le preguntó el motivo de su visita.

- Estoy desesperada, gran sabio. Sin duda necesito una de vuestras pociones.

- Pociones, pociones... -murmuró el anciano-, todos necesitan pociones... ¿Podremos curar un mundo enfermo a base de pociones?

La mujer empezó a contarle al anciano su problema. Su marido, tras volver de la guerra, había cambiado totalmente. Pasó de ser un hombre cariñoso a alguien frío y distante. Ya no hablaba, y las pocas veces que lo hacía, su voz sonaba helada, dura, áspera. Apenas comía, y muchas veces se encerraba en su cuarto tras dar un manotazo y se negaba a ver a nadie. Había abandonado sus ocupaciones y solía pasar el tiempo sentado en la cima de una montaña, con la mirada perdida en el mar, negándose a pronunciar palabra. Sus ojos, antes vivos y cómplices, eran ahora hielo o fuego rabioso. Ya no era el hombre con quien se casó.

- La guerra... la guerra transforma a tantos... -musitó el anciano.

- Creo que una de vuestras pociones le haría volver a ser el hombre cariñoso que un día fue.

- Una poción... tan simple como una poción... En fin, te diré que no será fácil, y además para hacerla necesitaría el bigote de un tigre vivo. Es su ingrediente principal. Sin bigote no hay poción.

La mujer se fue apenada porque no sabía cómo podría conseguir el bigote, pero era muy grande el amor que le profesaba a su marido, por lo que una noche se decidió a buscar ese tigre. Con un bol de arroz y salsa de carne se encaminó hacia la cueva de una montaña donde se decía que habitaba un tigre.

A cierta distancia de la cueva depositó el bol con comida y llamó al tigre para que viniera, pero él tigre no vino. Así pasaron días en los que la mujer cada vez se acercaba unos pasos más a la cueva, llamando al tigre, que empezaba a acostumbrarse a su presencia. Una de esas noches, el tigre se acercó algo a la mujer, que tuvo que esforzarse para no salir corriendo. Ambos quedaron a escasa distancia, mirándose, escena que se repitió varias noches. Días después, la mujer empezó a hablar al tigre con una voz suave, y poco tiempo después, el tigre empezó a comer cada noche el bol de comida que ella le llevaba. Así pasaron hasta seis meses, llegando a haber cierto vínculo entre ellos (ya la mujer hasta le acariciaba la cabeza cuando el tigre comía). Y llegó la noche en la que la mujer le suplicó al tigre que no se enojara, pero que necesitaba uno de sus bigotes para poder sentir cerca a su marido. Y se lo arrancó, y para su sorpresa, el tigre no se enfureció.

La mujer fue nada más amanecer a la cueva del ermitaño, a quien le enseñó el bigote del tigre que había conseguido, feliz porque ya obtendría su poción. El ermitaño tomó el bigote satisfecho y lo arrojó al fuego. La mujer chilló sin entender nada, y el anciano la calmó y le preguntó cómo había conseguido el bigote.

- Yo... fui cada noche a la cueva del tigre, llevándole comida, hasta que me perdió el miedo y se acercó a mí. Fui muy paciente, seguí llevando comida aunque el tigre no la probaba, seguí acercándome cada noche aunque a veces el tigre ni siquiera salía. A partir de una noche, el tigre empezó a salir a recibirme y más tarde comía cuanto le llevaba. Entonces empecé a hablarle, dejando que me conociera, y aprendí a disfrutar también de esos momentos en los que estábamos juntos. Y más tarde, le pedí el bigote. Pero ahora que lo has tirado... no habrá poción y mi marido seguirá ajeno a mí, como si no existiera!

- No te preocupes, mujer -susurró el anciano-. Y escúchame. Lograste la confianza del tigre simplemente estando ahí, ofreciéndote, esperando, dejando que te conociera, hablándole y dándole el tiempo que necesitaba. Y además aprendiste a disfrutar de sus encuentros. ¿No crees que un hombre reaccionará de igual modo ante el cariño, la comprensión, el interés, y la compañía? Si pudiste ganar con cariño y paciencia la comprensión y el amor de un animal salvaje... sin duda puedes hacer lo mismo con tu marido...

La mujer aprendió entonces. A Amar, confiar, tener paciencia, mostrarse, dar tiempo... había aprendido una valiosa lección gracias al ermitaño. Y no necesitaría de más bigotes de tigre para sentirse cerca de aquel a quien amaba.



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