BY Alberto Jiménez Ávila.
Teodosia con tres hijos que mantener
se encontraba abrumada y triste, no tenía dinero, hacia como cinco meses que había
enterrado a su marido el cual había sido asesinado a navajazos en la cantina
del pueblo y era el único sostén de la familia, trabajaban en el campo y sobrevivían
de la cosecha de maíz, pero al no estar él, la vida se le hacía imposible
porque las tierras que trabajaban eran prestadas y de lo que cosechaban, una
parte era para el dueño de la parcela.
Al no estar su esposo, el dueño de
la parcela ya no se la presto y al no tener donde sembrar, la tenía preocupada,
sus hijos estaban pequeños y necesitaba ganar dinero para poderlos mantener,
por eso al ver que en el pequeño pueblo no había más opciones, decidió emigrar
a la ciudad, pero para eso necesitaba dinero y no lo tenía, además tampoco tenía
algún conocido en la ciudad a donde pudiera llegar mientras encontraba trabajo.
Pero un día una vecina del pueblo
le comento que su hija que vivía en Acapulco, le había comentado que en su
trabajo estaban solicitando una persona para hacer tortillas, Teodosia al ser
de pueblo era buena haciendo tortillas a mano o con maquinitas manuales, por
eso se animó a pedirle a la vecina que la recomendara y que le permitiera
llegar a su cuarto donde rentaba mientras encontraba su propio alojamiento, la
paisana acepto y la recibió con gusto.
Ella había nacido en un pueblito
pequeño de Oaxaca, nunca había salido de allí, no conocía la ciudad y le daba
miedo, pero la necesidad de salir adelante la hizo perder el miedo y
aventurarse a buscar el progreso en la ciudad, su paisana la espero en la
terminal el día que llego a Acapulco, porque ella no sabía cómo llegar a la
casa y al otro día ya estaba trabajando mientras sus hijos los dejaba en casa
de su paisana.
Su trabajo consistía principalmente
en hacer tortillas todo el día, su jornada de trabajo comenzaba a las ocho de
la mañana y terminaba a las seis de la tarde, era un pequeño restaurante en
donde se servían casi todo tipo de guisados, a ella le gustaba la cocina, pero como no tenía experiencia cocinando en
restaurantes y tampoco sabía si sus guisos gustarían nunca pidió que la
pusieran en la cocina durante el tiempo que estuvo trabajando allí.
Ella cocinaba como se lo había enseñado
su mamá y a esta su abuelita, los guisados para que sepan bien, necesitan llevar
todos sus recaudos, porque si no, solo sabrán como alimentos hervidos. Por eso
ella acostumbraba ponerle todo lo necesario a sus guisados cuando cocinaba en
casa para sus hijos, se daba cuenta que la cocinera del restaurante no era tan
buena cocinera, porque a los guisados básicos y fáciles de hacer no les ponía todos
sus ingredientes y eso hacía que no supiera tan bien.
A los frijoles no les ponía epazote
y eso hacía que su sabor no fuera el correcto, cuando le pregunto por qué no le
ponía epazote, está le contesto que solo los nacos le ponen epazote a los
frijoles, según la cocinera, en la televisión el chef no utilizaba “eso” – eso solo
lo comen los nacos le dijo- Teodosia pensó que la cocinera probablemente había aprendido
a cocinar viendo la televisión y ponerse a discutir con ella era perder el
tiempo y mejor le dio la razón.
Al pasar el tiempo después de
estar por más de un año en ese restaurante, Teodosia pensó que si quería progresar
lo mejor era poner su propio negocio de comida, porque como empleada nunca saldría
adelante, además ya sabía lo que le gustaba al cliente, buena comida y bien
guisada como debe ser. Anduvo buscando un lugar donde ponerse a vender cenas en
la noche, no quería arriesgarse al ponerse en plena banqueta de donde la fueran
a correr, por eso buscaba un lugar donde rentar, algún lugar chico, nada más
para guardar sus cosas y no andar acarreándolas todos los días.
Por fin encontró un local en una
avenida muy transitada, era un local de apenas tres metros cuadrados a la
orilla de un arroyo, la dueña nunca lo había rentado porque estaba muy chico y
nadie se atrevía a rentar un local sin techo a la orilla de un arroyo, pero
Teodosia lo rento porque era muy barato y le servía muy bien para sus propósitos,
por eso fue así que se vio al otro día en la tarde vendiendo pollos enchilados
al carbón.
Teodosia no aparentaba ser muy
lista, tenía apariencia de ser una mujer muy humilde y sin aspiraciones, pero
en su mente siempre estaba pensando en cómo hacer buen negocio y obtener buenas
ganancias sin que el cliente se sintiera robado, por eso cuando decidió lo que vendería
de cenar, pensó en los pollos enchilados al carbón, cecina al carbón y carne
enchilada, ya había probado el pollo de la competencia, el pollo al carbón de
la competencia no era enchilado, solo le ponían adobo al momento de asarlo y no
sabía tan sabroso. Por eso pensó hacer algo diferente y en darles tortillas hechas
a mano, frijolitos de la olla con mucho epazote, y cuando fuera temporada de
calabazas, darles semillas azadas y a un precio económico.
Ella lo que hacía, era asar los
chiles junto con todo lo demás que le ponía a la salsa y en una bandeja
colocaba los pollos de a uno por uno mientras los enchilaba, por eso su sabor
era mejor que los pollos adobados, la salsa que servía para las cenas también
las preparaba cociendo los jitomates y los chiles en el comal, por eso la salsa
sabía muy sabrosa, claro sin olvidar ponerle su ajo, cebolla y demás cosas que
acostumbra ponerle en su pueblo cuando su mama le enseño a preparar las salsas.
Al principio solo llevaba cinco pollos
y dos kilos de cecina y uno de carne enchilada, nunca pensó que su negocio tuviera
éxito, pero al pasar los días, la clientela comenzó a crecer y tuvo que llevar más
pollo y carnes porque lo que llevaba ya no era suficiente, sus primeros clientes
y promotores de su negocio fueron los taxistas, cuando estos empezaron a ir a
cenar y les pareció el precio muy barato
y además sabroso, corrieron la voz entre ellos mismo, y poco a poco las ventas
se incrementaron, llegando a vender hasta cincuenta pollos en una sola noche,
comenzando su jornada de trabajo a las cinco de la tarde.
Pero como sucede a menudo, el éxito
de los demás siempre da envidia a aquellos que creen merecerlo todo pero sin esforzarse,
y el éxito de Teodosia no pasó inadvertido para su arrendadora que tenía una miscelánea,
al hacer el trato verbal quedaron en que ella vendería las bebidas y Teodosia
las cenas. Al ver que Teodosia vendía demasiado empezó a hacer cuentas y llego
a la conclusión que las ganancias eran muchas y creía que era injusto que se
las llevara todas ella.
Un día la arrendadora le comunico
que le incrementaría la renta al doble de lo que estaba pagando actualmente, a
Teodosia no le quedo de otra que aceptar, ya había invertido en el local, le
puso techo de lámina galvanizada y lo había arreglado, porque cuando llego este
no tenía techo y estaba descuidado, pero eso no le importo a la arrendadora y
le dijo que ese era el nuevo precio de la renta a partir de ese mes. Pasaron los
meses y el negocio seguía muy bien, seguía vendiendo muchos pollos enchilados
sobre todo los fines de semana y en quincena.
Apenas habían pasado seis meses desde
la última vez del aumento de la renta, cuando nuevamente la arrendadora le
comunico que volvería subirle la renta, y nuevamente al doble. Esta ves
Teodosia quiso protestar y le pidió que no le subiera tanto la renta, lo que pagaría
de renta era lo mismo que pagaría si rentaba un local bien acondicionado y con
un espacio cinco veces más grande que este, pero no la escucho, -si quieres
seguir aquí tienes que pagar, sino, búscate otro lugar, le dijo.
Lo que Teodosia no sabía ni se
imaginaba, era que su arrendadora quería que dejara el local para que su hija
se pusiera a vender cena, pensaba que era un buen negocio y no creía justo que
otra persona le estuviera sacando provecho al local, al ver que Teodosia no
dejaba el local a pesar de subirle la renta, un día le hablo claramente,
-quiero que me desocupes el local, mi hija está sin trabajo y quiere ocuparlo
para vender cena- no le quedo de otra que dejar el local de un día para otro,
porque no le dio tiempo de buscar en otro lado.
Los taxistas al darse cuenta de
la desgracia de Teodosia y como la apreciaban por ser buena persona, aparte de
ser buena cocinera, se indignaron y ellos mismo se encargaron de buscarle un
nuevo local, este estaba a tan solo cuatro cuadras del antiguo local y era muy amplio, ya no estaría en la banqueta
atendiendo a sus clientes sino dentro del local con el mismo servicio de siempre.
Al otro día de que Teodosia dejo
el local anterior, su antigua arrendadora contrato a unas muchachas para que
trabajaran vendiendo cena, vendía lo mismo que Teodosia, pero como la dueña ni
las trabajadoras sabían cocinar, y lo poco que sabían lo habían aprendido
viendo a los chefs de la televisión, su sabor era desabrido, al principio la clientela
se fue con la finta creyendo que aún era la misma dueña y el servicio era el
mismo, siguieron llegando, pero una vez que se daban cuenta que el sabor ya no
era el mismo, no volvían a regresar.
La dueña del local pensó que la
gente llegaba al local a consumir cenas por la ubicación, pero la realidad era
que iban por el sazón de Teodosia. En menos de un mes, los únicos que se
paraban en el antiguo local eran las moscas, porque los taxistas y demás clientelas
que solían cenar allí, ya no volvieron, y tuvieron que cerrar, mientras que
Teodosia siguió teniendo éxito hasta que años después le dejo el negocio a una
de sus hijas.